lunes, 14 de julio de 2008

La foto del capacho.


Cuando manifesté mi propósito de fotografiar al capacho, uno de los que me acompañaba trajo a colación cuentos y leyendas de brujas, en especial la del chivato, una especie de perro, encarnación folklórica del príncipe de las tinieblas. También acotó que de niño en su campiña asociaban ese pájaro con el chivato. Sonreí sorprendido al descubrir que todavía había personas que hablaran con seriedad de tales supersticiones.
El capacho es un ave nocturna, insectívora, que en las noches merodea por a ras de tierra a pesar de su raudo vuelo. Se le escucha cerca de los ríos, emite varios sonidos que le dan carácter a la noche; desconozco si la diferencia de sonidos proviene además de variedades de esta especie. Son dos o tres diferentes reclamos fuertes, como especie de exclamaciones o de gritos que, incluso llegan parecer voces pronunciando ciertas frases. El sonido si llama la atención, aunque está lejos del timbre de la voz humana o del más allá. La gente del campo, en su ignorancia, se espanta al escucharlo
Aquí en verano anochece más temprano, por lo que ya a las siete estaba bien oscuro cuando escuché al capacho. De inmediato salí con mi cámara en su búsqueda.
Pronto lo divisé; no sé si era el mismo individuo, pero lo seguí por largo rato. Cuando lo perdía en la oscuridad de la noche, me orientaba con su peculiar canto. De color oscuro, café tirando a negro, sólo cuando alza el vuelo se nota la hermosa cinta blanca que tiene al final de las plumas de la cola.
En una ocasión, mis dos pequeños nietos y yo, pudimos aproximarnos a uno; lo sorprendimos y paralizamos momentáneamente con la luz de una linterna. Sólo vimos dos encendidos círculos, entre rojo y amarillo naranja, sus enormes ojos.
Algo que si me llamó la atención fue que a pesar de lo esquivo que es, esa noche como que posaba para mí; parecía que adivinaba cuando lo perdía entre las partes más oscuras producidas por las sombras de las árboles y otras plantas que agudizan la oscuridad en el suelo; en esos momentos emitía su característico sonido. Cuando lo presentía y no sabía dónde, con el tenue haz infrarrojo de la cámara para el enfoque nocturno, lo divisaba de inmediato al ver brillar sus ojos con la exigua radiación. A veces se acomodaba sobre unas enormes piedras en la vereda. Pude hacer muchas tomas; seguro que fueron más de veinte. Me llevó de norte a sur y viceversa; siempre cerca de mí. No sé porqué de repente pensé que había sido suficiente y decidí retirarme con mi tesoro de imágenes a la cabaña para verlas detenidamente.

Comenzaron las sorpresas que aún no supero. Sin saberlo había estado cinco horas, de las siete a las doce, siguiendo al ave; nunca tuve conciencia de ese lapso. Cuando comencé a correr las tomas, encontré que sólo tenía cinco fotos, todas oscuras y en las que sólo se divisaba un punto brillante en el centro, creo que el ojo del capacho, pero sólo uno. Seguro que las tomé en dos diferentes modos; otras que hice del contorno, estaban nítidas. Aún así, para disiparlas las dudas, salí y fotografié la vegetación y la cabaña en los modos que creo que usé con el capacho, y salieron perfectas.
No me amilané, como estaban en las máximas condiciones posibles, me sentí seguro que en la PC y con el programa, podría ampliarlas y ver el detalle, confiado de que tenía por lo menos una foto del capacho; quizás sólo un poco oscura o difusa.
De vuelta a la civilización me llevé otra sorpresa, con todos los recursos técnicos, nada logré ver; sólo el punto rojo, en otra amarillo, amarillo anaranjado o blanco. No se distinguía nada más.
Frustrado, decidí guardar las cinco fotos como recuerdo, repasar y reforzar mis conocimientos de óptica, estudiar mejor la cámara y prepararme para la próxima ocasión. El capacho no me iba a vencer.
Cargué las imágenes a la memoria, cerré el programa y todo el sistema, olvidé el asunto y me fui a dormir.
Al día siguiente, temprano, me entretenía con el diario; el dominical. Cuando llegó mi hijo a visitarme, encendió la PC y exclamó con sorpresa:
- ¡Oye Papá… ¿que pasa aquí?!
Pregunté:
- ¿Por qué?
Respondió:
- He prendido este aparato dos veces y no me sale la ventana de inicio, sólo un punto rojo en medio de un negro intenso.
Grité:
- ¡¿Qué…?! No puede ser.
Todavía no me explico el daño en mi PC; no abren los programas, nada puedo hacer, sólo contemplar el punto rojo en la pantalla que me parece que oscila: tengo la sensación de que me mira.
¿Será realmente el ojo del capacho… o del chivato?

jueves, 3 de julio de 2008

Abundancia de mariscos.


Madrugar en solitario, para recoger el trasmallo y sólo un pez como fruto de la larga noche de pesca. Pero ayer fue pletórica, lo que sirve de estímulo para volver mañana a la faena. Panamá significa, en lengua aborigen, “abundancia de mariscos”, pero no todas las noches serán buenas.