lunes, 18 de agosto de 2008

La rana dorada


En los últimos años de mi infancia y los de mi adolescencia, veraneaba en campos próximos a las riberas del río Las Guía. Desde nuestro primer encuentro, no recuerdo cuándo, llamó mi atención la grácil ranita toda amarilla con pintitas negras.

Aclaro que nací y me crié en un ambiente urbano, mis contactos con el medio rural ocurrían sólo una vez al año, en las vacaciones de tres meses. Por un breve período de poquísimas semanas y no era en todos los veranos. Cuando se daban, sólo era en estos campos de la provincia de Coclé.

Dada la frecuencia con que este anfibio coincidía en las quebradas, arroyos y ojos de agua, la acepté como la rana común y pensé que así serían todas. Hasta que tropecé con una diferente, completamente verde, con una especie de ventosas en el punto distal de cada dedo, quieta sobre una hoja grande, debajo de un denso follaje, confundiéndose con el color de la vegetación. Otra sorpresa que me llevé con esta nueva especie, fue el gran salto que dio desapareciendo raudamente. Luego supe de la gran variedad que hay de estas importantes criaturas.

Hoy que la rana dorada está en serio peligro de extinción y lo difícil que es observarla en la naturaleza; recuerdo lo poco que aprecié disfrutar de esta hermosa joya de la fauna panameña.

Viéndola ahora en el Valle de Antón, sólo posible en cautiverio; fue tan esquiva que no percibí la majestuosidad de aquellas tantas, que libres en su hábitat natural, me prodigaron momentos de gratos recuerdos.

lunes, 14 de julio de 2008

La foto del capacho.


Cuando manifesté mi propósito de fotografiar al capacho, uno de los que me acompañaba trajo a colación cuentos y leyendas de brujas, en especial la del chivato, una especie de perro, encarnación folklórica del príncipe de las tinieblas. También acotó que de niño en su campiña asociaban ese pájaro con el chivato. Sonreí sorprendido al descubrir que todavía había personas que hablaran con seriedad de tales supersticiones.
El capacho es un ave nocturna, insectívora, que en las noches merodea por a ras de tierra a pesar de su raudo vuelo. Se le escucha cerca de los ríos, emite varios sonidos que le dan carácter a la noche; desconozco si la diferencia de sonidos proviene además de variedades de esta especie. Son dos o tres diferentes reclamos fuertes, como especie de exclamaciones o de gritos que, incluso llegan parecer voces pronunciando ciertas frases. El sonido si llama la atención, aunque está lejos del timbre de la voz humana o del más allá. La gente del campo, en su ignorancia, se espanta al escucharlo
Aquí en verano anochece más temprano, por lo que ya a las siete estaba bien oscuro cuando escuché al capacho. De inmediato salí con mi cámara en su búsqueda.
Pronto lo divisé; no sé si era el mismo individuo, pero lo seguí por largo rato. Cuando lo perdía en la oscuridad de la noche, me orientaba con su peculiar canto. De color oscuro, café tirando a negro, sólo cuando alza el vuelo se nota la hermosa cinta blanca que tiene al final de las plumas de la cola.
En una ocasión, mis dos pequeños nietos y yo, pudimos aproximarnos a uno; lo sorprendimos y paralizamos momentáneamente con la luz de una linterna. Sólo vimos dos encendidos círculos, entre rojo y amarillo naranja, sus enormes ojos.
Algo que si me llamó la atención fue que a pesar de lo esquivo que es, esa noche como que posaba para mí; parecía que adivinaba cuando lo perdía entre las partes más oscuras producidas por las sombras de las árboles y otras plantas que agudizan la oscuridad en el suelo; en esos momentos emitía su característico sonido. Cuando lo presentía y no sabía dónde, con el tenue haz infrarrojo de la cámara para el enfoque nocturno, lo divisaba de inmediato al ver brillar sus ojos con la exigua radiación. A veces se acomodaba sobre unas enormes piedras en la vereda. Pude hacer muchas tomas; seguro que fueron más de veinte. Me llevó de norte a sur y viceversa; siempre cerca de mí. No sé porqué de repente pensé que había sido suficiente y decidí retirarme con mi tesoro de imágenes a la cabaña para verlas detenidamente.

Comenzaron las sorpresas que aún no supero. Sin saberlo había estado cinco horas, de las siete a las doce, siguiendo al ave; nunca tuve conciencia de ese lapso. Cuando comencé a correr las tomas, encontré que sólo tenía cinco fotos, todas oscuras y en las que sólo se divisaba un punto brillante en el centro, creo que el ojo del capacho, pero sólo uno. Seguro que las tomé en dos diferentes modos; otras que hice del contorno, estaban nítidas. Aún así, para disiparlas las dudas, salí y fotografié la vegetación y la cabaña en los modos que creo que usé con el capacho, y salieron perfectas.
No me amilané, como estaban en las máximas condiciones posibles, me sentí seguro que en la PC y con el programa, podría ampliarlas y ver el detalle, confiado de que tenía por lo menos una foto del capacho; quizás sólo un poco oscura o difusa.
De vuelta a la civilización me llevé otra sorpresa, con todos los recursos técnicos, nada logré ver; sólo el punto rojo, en otra amarillo, amarillo anaranjado o blanco. No se distinguía nada más.
Frustrado, decidí guardar las cinco fotos como recuerdo, repasar y reforzar mis conocimientos de óptica, estudiar mejor la cámara y prepararme para la próxima ocasión. El capacho no me iba a vencer.
Cargué las imágenes a la memoria, cerré el programa y todo el sistema, olvidé el asunto y me fui a dormir.
Al día siguiente, temprano, me entretenía con el diario; el dominical. Cuando llegó mi hijo a visitarme, encendió la PC y exclamó con sorpresa:
- ¡Oye Papá… ¿que pasa aquí?!
Pregunté:
- ¿Por qué?
Respondió:
- He prendido este aparato dos veces y no me sale la ventana de inicio, sólo un punto rojo en medio de un negro intenso.
Grité:
- ¡¿Qué…?! No puede ser.
Todavía no me explico el daño en mi PC; no abren los programas, nada puedo hacer, sólo contemplar el punto rojo en la pantalla que me parece que oscila: tengo la sensación de que me mira.
¿Será realmente el ojo del capacho… o del chivato?

jueves, 3 de julio de 2008

Abundancia de mariscos.


Madrugar en solitario, para recoger el trasmallo y sólo un pez como fruto de la larga noche de pesca. Pero ayer fue pletórica, lo que sirve de estímulo para volver mañana a la faena. Panamá significa, en lengua aborigen, “abundancia de mariscos”, pero no todas las noches serán buenas.

viernes, 13 de junio de 2008

El amor es asqueroso.


En una noche del verano panameño, con mi nieto de siete años, frente a una hoguera de palos y hojas secas calentábamos malvaviscos (marshmallow) ensartados en sendas varas.

El lugar era un área rural y a pesar del farol, la abundancia de árboles y arbustos oscurecían los alrededores.
De repente me dice el niño, medio sorprendido, que no asustado:

– Allá se mueve algo, detrás de aquellos árboles.

Yo, con la visión limitada por la edad, y sin mis gafas, no pude distinguir lo que se movía; entonces agregó:

– Abuelo es un caballo.

– Si, ya lo vi. – le respondí después de comprobarlo.

Seguidamente añadió: - ¡Son dos!

Lo verifiqué y continuamos asando nuestras malvas y disfrutándolas.

Al día siguiente cuando nos dirigíamos al río a nadar, al cruzar la puerta de la cerca que limita la propiedad, exclamó mi nieto con aire de reprobación:

– ¡El amor es asqueroso!

Sorprendido, pero con la experiencia ganada con su madre y mis otros dos hijos cuando eran niños, le pregunté, sin alterarme, el motivo de esa expresión.

– ¿No te fijas? – me respondió señalando el césped dónde había estiércol fresco de caballo.

– Eso fueron el caballo y la caballa de anoche. – Le corregí sobre el femenino de la hembra equina, y se ratificó:

– Sí abuelo, esa yegua y el caballo enamorados hicieron esa asquerosidad – señalando el estiércol.


Sonreí y continuamos nuestra caminata matinal hacía el balneario del río.

A pocos pasos tropezamos con los caballos que resultaron ser dos hembras, una con su retoño. No le comenté nada sobre el sexo de los equinos y seguimos nuestro camino.

jueves, 22 de mayo de 2008

Cazadores furtivos


Los panameños que amamos la naturaleza pregonamos que el país es un paraíso; por sus bosques pluviales, algunos primarios; manglares, arrecifes coralinos, la inmensa diversidad biológica. Tal es el reconocimiento que aquí se encuentra el más importante centro de investigaciones tropicales del planeta, el STRI, por sus siglas en inglés, Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, también se trata de recuperar la más poderosa de las águilas, el Águila Arpía, con la colaboración de instituciones extranjeras y podríamos mencionar muchos otros hechos que nos llenarían de orgullo.
Pero no todo es bello; últimamente existen serias amenazas a este patrimonio natural. No mencionaremos las tantas, sólo exponemo la elocuente foto que con mucho riesgo tomamos de cazadores furtivos, cargando una pieza arrancada con violencia a uno de los parques de conservación. No fue fácil, al divisarlos en la huida nos negaron el acercamiento, sabían a lo que se exponían. No nos aproximamos, los acompañaba una jauría, y llevaban dos armas largas, un machete y una actitud nada amigable. Gracias a la tecnología digital pudimos hacer a la distancia la toma que aquí exponemos.
(18 de mayo de 2008)

martes, 15 de abril de 2008

Pichón de carpintero




Me acomodé frente al poste de madera de varios metros, confiado que la espera valdría la pena, que lo vería. Estaba equipado para la ocasión.
Meses atrás distinguí en ese poste un pájaro carpintero que nunca había percibido. Aquí abundan los carpinteros comunes; yo que soy nulo para los sonidos, reconozco con facilidad el trinar de estas aves. Este espécimen era distinto, para mi una rareza, lo recuerdo todo negro con una enorme cresta de rojo intenso. No se si por la emoción, pero lo vi grande, el doble de la especie común. En un libro observé una ilustración de uno muy parecido pero con una franja blanca en la cabeza o cerca de la espalda. Soñaba fotografiarlo y confirmar que era el mismo.
De repente divisé la llegada de un carpintero común adulto y desde el hueco en el poste escuché el sonido característico de la especie, pero como apagado, sin el volumen acostumbrado; era el mismo nido de aquel de hace meses.
Continué apostado, atento y listo para el disparo de la cámara.
En minutos asomó la cabeza, no había duda que era un pichón. Continué paciente e hice muchas tomas. Algunas las hallo preciosas.
No logré el carpintero negro, a cambió disfruté de un espectáculo maravilloso de la naturaleza; con este par de imágenes comparto una mínima fracción de mi vivencia.

lunes, 14 de abril de 2008

Ballet en la arena


Madrugo para caminar descalzo en la arena; vengo temprano a presenciar un ballet natural interpretado por una compañía de aves y amenizado por el mar.Estas avecillas son parte del paisaje de esta playa, sólo se les ve temprano o cuando disminuyen el sol y los bañistas. Danzan alegremente acompasadas por el ritmo de las olas, esperan que el agua se aproxime violentamente a la orilla y revuelva la arena para rebuscar pequeños moluscos y otras especies que no logro ver, pero las percibo en el afán de ellas por escarbar en el revuelo que dejó la ola que acaba de entrar. Tienen que sacar rápido sus pequeñas presas porque ya viene la otra onda de agua que las arrastraría, si atentas no dan un pequeño brinco con un paso instintivo logrado con gracia, alejándose del agua, para después salir raudas detrás de la ola que vuelve al mar y deja en su paso al descubierto su ración. Nuevamente con rapidez alegre vuelven a alejarse a la orilla para repetir los gráciles pasos de este ballet.Es un espectáculo hermoso, el sol apenas asomándose, la blanca arena, las fuertes olas, las encantadoras aves y la brisa que en esta época va de la tierra al mar.Me sumo a la escena y trato de congelar la imagen con mi cámara, para llevármela y seguir contemplando estas criaturas y volver a recrear en mi memoria esta maravilla de la naturaleza en este amanecer de verano en esta playa del Pacífico panameño.